ESCRITO PARA EL LIBRO QUE SE PUBLICARÍA CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA DE EL ENTREGO.

 

APUNTES SOBRE

ALGUNAS DE MIS VIVENCIAS SACERDOTALES EN EL ENTREGO

 

Pipo Álvarez, cura en El entrego desde el año 1967 al 1987.

Hoy cura en Valdesoto y Santa Eulalia de Vigil, Siero.

 

   Como resulta imposible comentar toda la experiencia vivida en esa parroquia durante los largos veinte años que estuve en ella, intentaré resaltar aquello que estimo más significativo o que más valoro de mi estancia en El Entrego. Hay que tener en cuenta que éramos tres curas y teníamos el trabajo pastoral en parte dividido en parcelas, implicándose más cada uno en determinados sectores de la parroquia. Por otra parte advertir que me referiré sobre todo al momento que más intensamente viví en El Entrego, aquel que abarca, más o menos, los años 1967-1977.

 

   1. D. César.

   Entre los recuerdos más queridos que tengo de esa parroquia está mi amistad con mi compañero sacerdote César, inolvidable amigo del alma, tan apreciado y querido no sólo por mí sino por todos los que lo conocieron. Su repentina muerte afectó no sólo a la línea de trabajo pastoral de la parroquia, sino que truncó también las muchas esperanzas que en el pueblo había generado su bondad y su generosa y entusiasta entrega al quehacer parroquial. Aunque su origen era rural, sin embargo encajó perfectamente en el ambiente social de la Cuenca Minera.  Nunca olvidaré su emoción cuando al terminar el encierro en la iglesia que protagonizaron obreros de la construcción, un chico de La Hueria, Vega, le hizo, en nombre de todos, entrega de un pequeño obsequio como muestra de agradecimiento por haber estado a su lado y haberse interesado en todo momento por lo que pudieran necesitar. Siempre llevaré en mi corazón a este buen amigo y ejemplar sacerdote.

 

   2. El equipo sacerdotal.

   En la enriquecedora convivencia que he vivido con mis compañeros curas hay que incluir a los dos de La Hueria, Angel, durante un poco tiempo, y Pepe Hermida, con el que hice Equipo Pastoral durante toda mi estancia de esa parroquia, dando ello origen a una amistad que todavía hoy cultivamos. Siempre se podía contar con él cuando necesitábamos la ayuda de un cura. Darle desde aquí las gracias es un deber que no puedo eludir. Nuestro equipo pastoral incluía bolsa común, lo que era algo novedoso y peculiar, ya que ello se hacía en muy pocas parroquias, aunque hubiera varios sacerdotes en ellas. Juntábamos todos los ingresos personales que cada uno tenía y cada mes dividíamos a partes iguales entre todos.

Aunque sabíamos que los parroquianos no lo entendían así, para nosotros no había un párroco que tuviera más autoridad y unos coadjutores que estaban a su servicio. Éramos un equipo donde lo mismo valía la opinión de uno que de otro y donde todos teníamos la misma categoría: sacerdotes al servicio de la comunidad y del mundo. Teníamos nuestras reuniones donde se trataban los asuntos de la parroquia y entre nosotros íbamos tomando las opciones que estimábamos más correctas sobre tal o cual aspecto de la vida parroquial. A esto hay que añadir que, una vez creada la Junta Parroquial, novedosa ésta también, las decisiones de tipo pastoral se tomaban democráticamente en ella, muy por encima de las normas establecidas que siempre dieron un carácter meramente consultivo a los Consejos pastorales.

   Precisamente uno de los objetivos que siempre tuvimos fue conseguir que hubiera una participación cada vez mayor en el quehacer y toma de decisiones de toda la parroquia. Había distintos sectores (Cáritas, Catequesis, Adultos...) donde un cura u otro estábamos más comprometidos. Cada sector tenía una representación en el Consejo Pastoral o Junta Parroquial. Creíamos que el excesivo peso que el clero tenía en las parroquias no era lo mejor. Había que superar el tradicional clericalismo promoviendo la participación de los seglares y la democratización de la parroquia, ambos objetivos difíciles de conseguir, debido en gran medida a la pasividad de los seglares, que siempre habían sido excluidos de la toma de decisiones pastorales. Creíamos que ambas cosas, participación y capacidad de decisión, necesariamente tenían que ir a la par. No es de recibo pedir colaboración a los fieles sólo para hacer lo que el cura decida. A un laicado adulto hay que darle también participación en la toma de decisiones de la parroquia. Recuerdo, por poner un ejemplo, que cuando se decidió no ir el día de difuntos al cementerio se tomó esa postura después de preguntar a la asamblea que participaba en las misas del sábado-domingo, comentando los pros y los contras de esta práctica.

   Otra de las preocupaciones que teníamos, y al mismo tiempo objetivo pastoral constante, era el estar abiertos al pueblo, a sus movimientos sociales. Creo que yo fui el que más presente estuvo en ellos: Asociación de Vecinos, Coordinadora de Actividades Culturales, Asociación La Amistad, Casa del Parado. Creo que en todas ellas desempeñé un cargo directivo. Esta inquietud de compromiso social ya había prendido en algunos seglares de la parroquia, gracias a otros curas anteriores que dieron vida a los movimientos cristianos JOC y HOAC. Me vienen a la memoria los nombres de dos de los que, cuando yo llegué a El entrego, se oía hablar de ellos: Jesús Santaeufemia y Jesús Pérez. Me consta que todavía hoy algunos los recuerdan con mucho afecto. Yo, en un primer momento estuve de consiliario de un grupo de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), en cuyas reuniones, como era tradicional, seguíamos la dinámica de aquel ver-juzgar-actuar. Recuerdo que vino un dirigente nacional a dar unas charlas a la parroquia, que llamábamos por su apellido: Mata, creo.

   Sabíamos que la Iglesia no podía estar ensimismada, dedicando todos sus esfuerzos a su vida interna, que casi siempre se resumía en hacer grandiosas liturgias, sobre todo en Semana Santa, Navidad, fiestas del pueblo... Estar comprometidos y dar testimonio de nuestra fe siempre lo tuvimos como una de las principales razones de nuestra vida cristiana. Ya comenté antes mi presencia en las principales asociaciones sociales del pueblo, pero he de añadir ahora que en ellas siempre hubo un grupo de militantes cristianos. En el trasfondo de la Asociación Cultural La Amistad se había iniciado un diálogo entre cristianos y marxistas, que entonces lo eran el PSOE Y PC y la gran mayoría de la gente de UGT Y CC.OO. Esta asociación nos sirvió par conocernos y en algunos casos hacernos buenos amigos. Citaré sólo los nombres de tres hombres ya difuntos muy estimados por mí, si bien cada uno por distintas razones: Enrique (Kin de Cardeo), Serrano y Pachín. Pero una de las iniciativas más queridas por el grupo de cristianos militantes en el campo social y en la que tuvimos una especial presencia, tanto en su creación y como en su seguimiento, fue La Casa del Parado, cuya sede social fue durante sus primeros años un piso de la que llamábamos Casa de Acción Católica. Habíamos optado estar al lado del pueblo y con una especial preferencia con los más pobres y no cabe duda de que los que no tenían trabajo estaban entonces entre los marginados de la sociedad, incluso lo estaban por los mismos sindicatos de clase. No puedo dejar de citar a Marta, una chica de El Puente, La Felguera, que fue una gran animadora de esta obra social que tenía su sede en El Entrego. Personalmente he de decir que dediqué también bastante de mi tiempo a Cáritas Parroquial y a Cáritas Interparroquial, que nació en aquellos momentos y creo que tuvo una vida bastante intensa tanto en lo que se refiere a la reflexión-oración como a la acción solidaria con los necesitados, no sólo entre nosotros, sino más allá de nuestras fronteras colaborando en proyectos concretos con Manos Unidas.

 

  3. Al lado del movimiento obrero y en favor de la democracia.

   Otra faceta constante en mi vida de cura en El Entrego, ya desde que llegué a esa parroquia, fue mi postura política personal. Siempre pensé que el ser cura  no implicaba renunciar a los derechos ciudadanos de uno y que ello no contradecía el carácter sacerdotal. Sin embargo he de decir que yo nunca he pertenecido a ningún partido, en contra de lo que creían algunos de uno y otro lado. Lo que sí quise dejar claro, ya desde el principio, que no estaba en absoluto de acuerdo con el régimen político que había entonces en España. El rechazo de la dictadura franquista, que al mismo tiempo implicaba el sindicato vertical, en mí como cura era un rechazo sobre todo ético, ya que no se respetaban importantísimos derechos humanos. Creía que había que fomentar una transición, de la manera más pacífica posible, a una sociedad democrática, donde se respetasen los derechos fundamentales, entre los que estaba, claro está, la libertad política, sindical, de reunión, manifestación, ciudadana... Ello estaba en perfecta consonancia con las ideas del Concilio Vaticano II, pero, precisamente por querer el cambio democrático, se nos calificó a algunos curas y seglares cristianos de “comunistas”, que era entonces el modo de llamar a todos los que no eran defensores del Régimen y como tales se nos vigilaba y en cierta medida se nos perseguía. Recuerdo la denuncia que se cursó ante el obispado de que predicábamos en la iglesia el comunismo, habiendo sido citados allí Germán y yo para ser interrogados por un tribunal eclesiástico, lo que también implicó a algunos seglares que hubieron de ir a declarar como testigos ante unos curas-jueces para contestar a unas preguntas que les hicieron. En aquel momento nos denunció también un alto organismo político que creo que se llamaba Consejo Provincial del Movimiento en una nota echa pública en todos los medios de comunicación de Asturias, lo que causó cierta alarma entre nuestras familias. Por aquellas fechas hubo un encierro de falangistas y somatenes en la iglesia para forzar al Sr. Obispo, ya D. Gabino, a que sacara de El Entrego a aquellos curas rojos. Así como lograron llevarnos ante los tribunales eclesiásticos, este intento de echarnos de El entrego no lo consiguieron. A propósito de la implicación de los curas en la política siempre observé la incongruencia de las altas autoridades de la Iglesia en el sentido de admitir y promover positivamente la actividad política de algunos eclesiásticos  en las instituciones políticas franquistas, como por ejemplo en las Cortes, o nada decir a propósito de los curas que alentaban con su presencia movimientos de extrema derecha. Sin embargo eran mal vistos por la gran mayoría de los obispos los curas o seglares que querían estar al lado del pueblo, conocer sus problemas e intentar solidarizarse con ellos. En Asturias el obispo D. Vicente, después cardenal Tarancón, y D. Gabino, actual obispo emérito de Oviedo, destacaron por su postura comprensiva respecto a la cuestión social.

   En aquellos momentos, a veces duros, como cuando cargó sin discreción alguna contra la gente del pueblo la Policía Nacional, nuestra parroquia estuvo siempre abierta al movimiento obrero, que encontró siempre eco y comprensión en ella. En aquellas circunstancias, cuando no había libertad de reunión, los mineros carecían de locales para tratar y discutir sus problemas y utilizaron varias veces nuestra iglesia para tener sus asambleas y también hicieron en ella algunos “encierros”, que era una de las armas de lucha para llamar la atención y conseguir algún objetivo laboral. Ello concitó contra los curas un fuerte rechazo por parte de algunos fieles de nuestra comunidad cristiana, pero yo estoy seguro que no era porque viesen en lo que decíamos o hacíamos un peligro para su fe, sino que nos rechazaban por sus ideas políticas: ellos apoyaban la situación de dictadura y nosotros, en consonancia con la doctrina social de la Iglesia, queríamos un país democrático.

   Estimo que es importante citar estos hechos para conocer una parte importante de la historia de esta parroquia que, como pueblo, creo que se puede decir con toda verdad que El Entrego en algún momento fue el epicentro del movimiento obrero de la minería. Estos recuerdos los revivo con orgullo y afecto después de tantos años. Y por otra parte son palabras que me salen sin ningún tipo de resquemor, aunque hayan sido aquellos momentos algo complicados y de una fuerte incomprensión por parte de algunos católicos, que vivían anclados muy a gusto en el nacional-catolicismo. Todos hemos visto luego cómo el cambio se produjo y fue para bien de la sociedad. La verdad democrática salió adelante.

   Creo que es importante hacer memoria no sólo del compromiso social de los curas, sino el de un grupo de seglares, que juntos estuvimos por las mismas razones éticas y religiosas en favor del cambio democrático. Queríamos una sociedad basada en los valores democráticos (libertades políticas, sindicales, cívicas...) que eran también valores cristianos. La defensa de estos valores y el estar al lado de todos aquellos que mantenían esta misma postura, aunque la de ellos fuera también por motivos políticos de partido, tenía un profundo sentido evangelizador tanto para nosotros los curas como para los seglares militantes de la parroquia. Esta presencia comprometida socialmente formaba parte de una pre-evangelización que estimábamos imprescindible para poder hacer llegar el mensaje cristiano a algunas personas que entonces veían a la Iglesia, no sin razón,  como aliada histórica de la dictadura y del capitalismo. Al mismo tiempo que defendíamos la transición a una sociedad democrática, rechazábamos del mismo modo el nacional-catolicismo que entonces defendía la mayor parte de la jerarquía católica. Esta actitud, ya lo he comentado anteriormente, favoreció en aquellos años 1967-77 la amistad y el diálogo entre cristianos y no creyentes y juntos llevamos adelante iniciativas tan hermosas como la Asociación La amistad, donde entre otras cosas comentábamos artículos de revistas o libros, promovíamos conferencias u otras actividades. Se superaron prejuicios mutuos y se empezó a mirar a la Iglesia de forma diferente.

 

   4. La Hoja Parroquial.

   Dediqué bastante tiempo, si bien lo hice con mucho gusto y cariño, a la Hoja Parroquial, que tres páginas de ella era interparroquial, siendo la última la dedicada a nuestra parroquia. Estimo que esta actividad pastoral fue realmente importante tanto para las parroquias como para el arciprestazgo, ya que nos sirvió también como lazo de unión con Langreo, en cuyo arciprestazgo estábamos nosotros incluidos por voluntad propia. En este sentido El Entrego fue igualmente para mí tiempo de aprendizaje y tiempo de acumulación de experiencia. También publico una Hoja Parroquial aquí en Valdesoto, pues estimo que es uno de los principales medios que tiene la parroquia para comunicarse con la gente. Desde ella se puede también llevar una importante labor de educación en la fe. Igual que habíamos hecho ahí de modo semejante he promovido aquí una Junta Parroquial y la Comunidad Económica, que fue otra de las iniciativas importantes que comenzamos en esa parroquia. Como el Estado pagaba el sueldo de los curas, la mayoría de la gente creía que era él quien lo pagaba o lo tenía que pagar todo. Había que cambiar esa mentalidad que no respondía a la realidad. Se invitó a todos a sostener la parroquia con una cuota mensual o trimestral o anual. Se creó una Junta Económica y se daría detallada cuenta a todos de los ingresos y gastos de cada año. Las cuentas de la parroquia habrían de estar siempre muy claras. Recuerdo con agrado y agradecimiento la dedicación de Albino en estos menesteres contables.

 

  5.- Una pequeña comunidad cristiana.

   Otra actividad sacerdotal mía, que nació y tuvo vida en El Entrego hasta que de ahí me fui, fruto también de la mentalidad que algunos teníamos, fue la creación de una pequeña comunidad cristiana, que todavía hoy, después de treinta años, aún tiene vida. Ahora nos seguimos viendo cada mes durante el curso aquí en Valdesoto. Entonces lo hacíamos en El Entrego. Reflexionábamos sobre la realidad social a la luz del evangelio, leíamos juntos artículos de espiritualidad, de opinión política, etc.; intentábamos animarnos al compromiso temporal y dedicábamos también tiempo a rezar. Hoy, evidentemente, ya somos todos más bien mayorcitos y, excepto tres, todos jubilados. Empezamos a conocernos y tener estas reuniones hace casi cuarenta años: Yoli Blanco, Amparito Valles, Matilde Díaz, de los de Mon, César Tresguerres, minero que trabajó en El Sotón, son las personas del grupo más ligadas a El Entrego; también se siente del pueblo Marisol, de la librería SOL. Está Menchu de Sama, Nieves de La Felguera, la esposa de César, Alejandro, el marido de Amparito; Margarita, nacida en La Huerta y Manolo, su marido, que viven en Oviedo y Carmina Díaz, nacida en Carbayín Alto y que vive ahora en Gijón.

   Mi opinión es que en zonas urbanas, como lo es El Entrego, se deben fomentar estas pequeñas comunidades de base de tipo general o, como estiman algunos, ligadas a algún movimiento de acción católica como la HOAC, la JOC, la JEC, etc.

  

  6.- Los curas obreros.

   Una expresión de las inquietudes sociales del momento en la Iglesia progresista quedó reflejada en los sacerdotes obreros que había en nuestra Cuenca. Recuerdo a dos jesuitas, Rafa, Guti e Isidoro y a dos curas seculares: Carlos y Alejandro. Nuestra parroquia acogió a un diácono que trabajó en la mina, en el pozo Sariego, en San Vicente: José María Antón Magadán. Hoy es cura de Doiras, en el arciprestazgo de Villaoril. También vivió en la Casa Parroquial un seminarista jesuita, José Luis Pastor, cuando vino a trabajar a la mina. Yo siempre consideré a estos curas como héroes en el campo de la pastoral de la Iglesia. Héroes porque rompían moldes con rigidez de siglos, héroes porque renunciaban a una vida más cómoda por otra más complicada. Yo hice un insignificante y poco duradero escarceo en este campo. Fui trabajador de la editorial ZYS, pero no a sueldo, dedicándome a vender libros en el tiempo que me quedaba libre de mi actividad parroquial y de mi dedicación a las clases, en las que entonces se empleaba más tiempo que ahora. ZYX era una editorial “obrera”, que había nacido por iniciativa de militantes de la HOAC. Fue persona importante en ella Jacinto, el de Puente de Arco, con el que me unía buena amistad. Dio alguna charla en nuestra parroquia este prestigioso militante de la HOAC a nivel nacional. Se expusieron libros de esta editorial obrera en algunos pozos mineros con la ayuda de alguno que trabajaba en ellos; una vez puse un puesto de venta en el mercado de La Felguera y vendí en visitas a particulares. Aquella experiencia duró menos de un año, pues no iba con mi carácter. Lo dejé y comencé a estudiar en la Universidad de Filosofía y Letras de Oviedo con el fin de dedicarme a trabajar en la enseñanza. Me licencié en Filología Románica (Francés), aunque luego me dediqué trece años a enseñar geografía e historia en el Colegio de la Sagrada Familia.  Estando en Valdesoto fui diecinueve años profesor de Religión católica, de lo que en Julio del 2006 me he jubilado al llegar a los sesenta y cinco años. Algunos creíamos que era muy importante para cambiar el estatus del cura tener un trabajo civil y vivir de él.

   El movimiento de los curas obreros merece una reflexión, aunque sea breve, para comprender aquel momento de la Iglesia que para algunos nos resultó apasionante. Fue una iniciativa estupenda que respondía a un modo de entender el sacerdocio muy distinto al habitual. No creo equivocarme al decir que la idea fundamental que dio origen en toda la Iglesia al trabajo civil de los curas no era otra que la misma Encarnación del Hijo de Dios, que se había hecho hombre, Jesús de Nazaret, para salvar a los hombres. El cura tenía que ser uno más entre la gente de la parroquia. Estar donde los demás, vestir como los demás, trabajar como los demás. Creíamos necesario que la gente del pueblo nos consideraran uno de ellos. En nuestras circunstancias nacionales la gente tenía que percibir que ni estábamos al lado de los que mandaban y de los que explotaban. Ser cura obrero era un modo de conseguirlo. Además el trabajo laico, que algunos pensábamos que habían de tener todos los curas, o quienes lo estimaran oportuno, te posibilitaba tener un salario que te daba independencia respecto al obispo, que a veces eran los que condicionaban el trabajo pastoral imponiendo sus criterios casi siempre conservadores. Creo que en torno al año 1964 hubo cambios de curas que estaban en la Cuencas por haberse implicado en la defensa de los mineros o por haber promovido comedores cuando hubo alguna huelga prolongada. Otra razón para tomar la opción de ser cura obrero era el no querer recibir el sueldo de un dinero que llegaba de un Estado sostenido por una dictadura con la que no estábamos de acuerdo. Había también la idea de que el sacerdocio tenía que ser un servicio gratuito que se podría hacer después del tiempo de la jornada laboral. Ello exigiría otro modo de enfocar el culto, que en algunos casos era excesivo. Pensábamos que el trabajo civil de muchos curas podía también forzar el paso de una Iglesia más cultual a una Iglesia más evangelizadora y comprometida con los más humildes o marginados de la sociedad.

 

   7. A modo de conclusión

   Si se me pidiera hacer una síntesis diría que mi estancia en El Entrego ha sido enormemente enriquecedora. En esa parroquia nací como cura y en ella, creo, me he hecho adulto. También he de decir que en aquel contexto eclesial comencé con mucha ilusión y sobre todo con gran esperanza, debido sobre todo al recién celebrado Concilio Vaticano II que creía iba a abrir nuevos caminos en la Iglesia, impulsando la libertad y la creatividad y fomentando la democracia interna de la Iglesia. La verdad es que las fuerzas conservadoras eclesiásticas y laicas han logrado en gran medida retener aquellas fuerzas que habían nacido en corazones llenos de ilusión, pero creo que el ímpetu de la corriente del Espíritu terminará abriéndose paso, como siempre ha sucedido en la historia de la Iglesia. Querer volver a una iglesia tridentina es querer marchar por un camino sin lugar a ningún tipo de duda ciertamente equivocado. Podrán algunos de los que mantienen esta opinión ocupar los centros de poder en la Iglesia, pero, no lo dude nadie, los curas de pueblo junto con las comunidades cristianas, llenas de Espíritu, responsables, libres, reflexivas, creativas, evangelizadoras… son la principal fuerza en la Iglesia y son también los centros neurálgicos de la vida cristiana. Cada comunidad ha de intentar vivir siempre principalmente desde las coordenadas que señala el evangelio de Jesús, que fue donde se situaron aquellas primitivas comunidades que fueron fuente y norma de fe para el futuro, pero obviamente sin dejarnos encorsetar por los límites que les imponía su propio contexto socio-cultural, sino más bien intentando encontrar nuevas formas de expresión de nuestra fe y nuevos modos de celebración litúrgica, adecuado todo ello a quienes hoy son creyentes y quieren vivir en el mundo de hoy el compromiso cristiano y participar en el culto que a todas luces ha de cambiar para estar más en sintonía sobre todo con los jóvenes de hoy, si es que queremos que la Iglesia tenga un futuro algo más esperanzador. Si no conseguimos hacer atractivo el mensaje y acercarlo más al evangelio, si no logramos superar un culto meramente formalista para que llegue a ser expresión de auténticas vivencias interiores personales, no nos extrañe que jóvenes y adultos estén cada vez más ausentes de las comunidades cristianas de hoy. Creo que el doble objetivo de cualquier parroquia sería conseguir llegar a ser el hogar cálido donde todos, en especial los más humildes, se encuentren a gusto, e igualmente intentar ser un laborioso taller de educación de la fe y de la vida cristiana. Así pensaba en mis años más jóvenes cuando estaba entre vosotros y hoy sigo teniendo estos mismos criterios, que más que realidades alcanzadas en mis parroquias son metas que hay que intentar ir consiguiendo.

   Un abrazo para todos, desde Valdesoto, con mi aprecio y mejores deseos.

                                             26 de Enero de 2007.