A propósito de la

Consagración de Asturias a la  Santina

 

 

La Iglesia, sobre todo en los últimos tiempos, suele ser proclive a las manifestaciones multitudinarias. Las grandes concentraciones favorecen y estimulan la común sintonía de los creyentes.

 

      Es posible que sobre la multitud enfervorizada aletee el Espíritu, llenando de entusiasmo el corazón de los adeptos. Es impresionante la concentración de miles de cristianos en torno a la figura del Papa de turno en sus viajes apostólicos.

 

      Las masivas consagraciones al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María pueden ser exponente legítimo de una religiosidad verdadera, pero pienso que, después de la fiesta y de la euforia, pasada la resaca del entusiasmo, cuando la explanada, repleta del olor de multitudes, quede vacía, se impone honestamente, hacer recuento de lo que queda y permanece.

 

      En primer lugar, a la hora de evangelizar- que de eso se trata- debemos tener en cuenta la situación actual en la que vivimos. No podemos seguir creyendo que toda la sociedad es católica, que en el mundo hay sólo cristianos. Vivimos en una sociedad pluralista y laica. Volver con nostalgia hacia un nacional catolicismo sería escoger un camino de evangelización equivocado.

 

      Puede suceder que, cuando en nuestras actuaciones pastorales hacemos referencia a toda Asturias, a toda España, a todo el mundo, es posible que haya personas que se sientan ofendidas, por ser incluidas, sin su consentimiento, en nuestros esquemas religiosos, que no son los suyos.

 

      Debemos aprender a vivir en minoría. Somos fermento, semilla, levadura, sal. Dejamos atrás un mundo viejo y no acaba de llegar un mundo nuevo y debemos saber que todo tiempo de transición se caracteriza por su inmadurez y contradicción. Ante el cambio de nuevos modos sociales, ante las nuevas culturas, los nuevos valores y normas, la Iglesia debe presentarse, como San Pablo a los Corintios, “débil y temerosa”.

 

      Hay que volver al encuentro de los espacios de reflexión, de oración, de análisis, de contactos permanentes con personas, con grupos, con movimientos. Debemos pararnos para escuchar lo que nos dice la gente. Hay que profundizar en la realidad en la que vivimos, que está ahí, esperando el testimonio de nuestra fe.

 

      Si todo se reduce a sacar pecho, a agitar banderas, a fletar autobuses, a concentraciones masivas y consagraciones generales, corremos el riesgo de intentar evangelizar con muchos medios, pero con pocos contenidos.

 

                     Foro Gaspar García Laviana